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martes, 5 de junio de 2012

El Silencio.

En una de las tantas guías consultadas para realizar este viaje, decía que una de las principales virtudes de Islandia era el silencio. No me parecía digno de ser mencionado hasta que pude comprobar que el silencio, más allá de una característica del ambiente, puede llegar a ser un estado mental, una ideología de vida, pero ante todo una manifestación de respeto, de la que los latinos tenemos mucho que aprender. El silencio además de permitirnos escuchar mejor, nos deja ver más detalles, saborear más intensamente y avivar la mente y el espiritu. En nuestros días en este país de trolls, duendes y hadas aún no hemos escuchado el primer pito de un carro, algún grito furioso o el transistor desafinado de algun bohemio transnochado.    Nos despertamos ayer lunes un poco más tarde de lo planeado, empacamos nuestros rollos de ropa lo mejor que pudimos en las mochilas y fuimos por þór, que resultó ser más grande y poderoso de lo esperado, gracias a la alta demanda de vehículos por estos días del año, nos dieron uno mejor. Así pues, la fortuna seguía de nuestro lado. Por un ajuste técnico en nuestro proceso de rent a car tuvimos que esperar un rato en una estación de buses cercana, donde emulando el famoso enfrentamiento de ajedrecistas de Reikiavik en los 80, Juanpa me hizo un jaquemate con facilidad :( allí nos encontramos con una banderita de Costa Rica que nos emocionó. Debo decir que la comida es muy rica y el desayuno, si bien diferente, es rico también. Café con leche, pan de centeno, conservas de frutas, huevo tibio, queso, mantequilla, salami y fruticas picadas son la más típico.  Dejamos por unos días Reikiavik y nos sumergimos en la península de Snæfellsness, vigilada de forma imponente por un gran glaciar que nos sirvió de compañía durante todo el día. Empezamos visitando algunos pueblos de pescadores en el medio de la nada, pero rodeados de la belleza redundante de este país.  Akranes, cerca de Reikiavik pero lejos de sus ínfulas de metropoli. Borgarnes, un pueblo pesquero muy pequeño con una vista imponente. Pasamos por el hotel Buðir, enclavado en una colina y con una pequeña iglesia negra en medio del mar. Arnastapi,  el lugar donde Julio Verne pensó la entrada al centro de la tierra, allí existe una señal simbólica que muestra la distancia del centro de la tierra a las principales ciudades del mundo, todo producto de la imaginación maravillosa de este escritor francés.  Después de Arnastapi iniciamos el ascenso hasta el glaciar Snæfellsjökull , recorrimos tres kilometros por una carretera diminuta, que nos hacía pensar en los programas de Discovery de los conductores de camiones por los Andes y Nepal... Jijiji (exageré) Jamás se me pasaría por la mente el camino q transitamos hoy martes; mañana esperen los detalles. Allí en el glaciar con una temperatura cercana a los 0 grados nos vestimos con nuestra ropa térmica y caminamos por entre la nieve. Momento muy especial porque era la primera vez que Juanpa la conocía. Es extraño pensar que a sólo 10 minutos estaba el mar. Estuvimos en Hellnar, un pueblo diminuto, no me pude concentrar bien en sus hermosos acantilados porque aún creo estar seguro que vi una ballena a lo lejos en el mar. Luego fuimos a una playa volcánica, llamada Djúpalónssandur donde los pescadores de antaño probaban su fuerza levantando piedras de todos los tamaños. Skarðsvík es otra playa pero dorada con el mar turquesa, allí nos atrevimos a tocar el agua congelada, que frio!!!!!! En este lugar encontraron tumbas vikingas, no es raro pensar que ante tal belleza quisieran pasar allí su eternidad. Siguiendo el mismo camino nos adentramos en un campo de lava que nos hacía sentir en la luna, es ahí donde viven los gnomos, elfos, hadas, enanos, amantes, espiritus de la montaña y hasta algunos ángeles. Preguntar a los islandeses si creen en todos estos personajes es ofensivo, es parte de su vida, incluso algunos pueblos emplean personas para lidiar con estos seres. Al final de este sendero apareció de la nada el faro de Öndverðarnes que no podía ser de otro color que amarillo intenso, que buen gusto, allí había tanto viento que casi despegamos, nos asustamos un poco. Salimos de prisa pues ya casi eran las 9 hora límite para llegar a nuestro hostel y aún nos separaban 40 km. Pasamos por Rif buscando un café que nunca encontramos y de allí llegamos a las 8:50 a Grundarfjörður Siendo un poco frívolos, comentábamos que Islandia parece hecho por un decorador. La maleza es amarilla, lila y blanca, las aves más abudantes son gaviotas árticas, todos los rios en sus orillas tienen racimos de flores amarillas que los hacen surrealistas. Las montañas son de colores y por lo general están coronadas con un copo de nieve, el mar helado se debate en una paleta que va desde el turquesa hasta el azul cobalto más oscuro; entre los volcanes y la fuerza del agua han labrado playas negras, doradas y acantilados enormes que nos enfrentan con nuestra diminuta existencia y gran fragilidad.  Por lo tanto ayer estuvimos en el campo, en la nieve, en la playa, en un faro en medio de los acantilados y terminamos cenando cordero y pescado en un pueblo de no más de 100 habitantes. Gundarfjörður, un poblado sencillo, silencioso que nos hace regresar a lo básico y reflexionar sobre la importancia de amoblar muy bien nuestro interior para disfrutar intensamente de lo maravilloso de los pequeños detalles. 

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