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sábado, 9 de junio de 2012
Saltando entre piedras
El miércoles antes de nuestra aventura con las ballenas conocimos una catarata muy famosa por estos lares llamada Gulfoss: Gul = Dios, Foss = catarata, Catarata de los Dioses, porque allí en el año 1000 cuando los islandeses decidieron ser cristianos, depositaron todas las imágenes y estatuas de sus dioses paganos. Además de eso es conocida por la belleza del lugar y lo imponente de sus aguas. Pudimos disfrutarla casi solos, lo que nos hizo sentirnos dueños de este paraíso. Tomamos mil fotos pero queríamos una al lado de la cascada tomada desde lejos para poder llevarnos un poco de su grandeza. Juanpa fue el primero en posar, vi que llegó sin problemas hasta el lugar y yo le tomé fotos con todas las opciones posibles de la cámara, para asegurarme de que no perdiera el esfuerzo. Luego llegó mi turno, corrí al encuentro de JP para ganar tiempo, en ese momento me di cuenta que para llegar hasta el lugar deseado era necesario saltar entre las piedras y de caerme o equivocarme irremediablemente terminaría mojado por el agua helada. JP siguió su camino ahora como fotógrafo con la cámara que ya le había entregado; y yo me enfrenté a este obstáculo con un poco de desgano, lo veía arriesgado y difícil. Entonces opté por hacerme en otro lugar, bonito también, pero no tan cerca de la caída de agua. Allí aparecí con mi mejor sonrisa para la foto. No había empezado a regresar cuando JP apurado apareció a mi lado preguntándome porqué no había ido hasta el lugar acordado. Yo tuve que admitir que tenía una mezcla de pereza y temor. Él muy decidido me recordó que mis zapatos eran impermeables y si caía al agua nada me iba a pasar, me indicó por donde cruzar de una manera más sencilla y me motivó a hacerlo. Al final tomamos una maravillosa foto desde el lugar deseado. Y así es la vida, a veces nos enfrentamos a obstáculos que no queremos o tememos superar, pero con un poco de preparación, información, humildad y apoyo, no existe Everest que nos detenga.
El sol apareció otra vez el jueves. Saliendo de Húsavik, el pueblo de las ballenas cerca del polo norte, tomamos una empinada vía al borde del Oceano Ártico. Imaginen un cielo azul intenso, las montañas nevadas al fondo, un mar de mercurio, gracias al reflejo del sol y a nuestro lado una alfombra de pasto verde ... Todo un sueño. Nos dirigíamos a Ásbyrgi una zona del parque nacional Jökulsárgljúfur, lugar lleno de leyendas y árboles, lo de las leyendas es normal, así es en todo el país, lo de los árboles no, en Islandia hay muy pocos.
Emprendimos nuestra caminata por un sendero lleno de abetos y abedúes, estábamos a 8 grados y con los ánimos a mil. El aire fresco, la soledad del lugar, el sonido de los pájaros al fondo y la posibilidad de encontrar un duende o un troll eran los ingredientes de nuestra primera caminata larga en Islandia. Pasados unos 30 minutos llegamos a un laguito de aguas cristalinas rodeado de árboles por un lado y de una pared de piedra de unos 30 metros frente a nosotros, esta pared tenía algunas cuevas que servían de nidos a diferentes especies de aves que hacían mucho ruido cada que llegaban a su hogar. Este lugar parecía recién hecho y estaba allí solo para nosotros, nos sentíamos diminutos en medio de este paísaje. De repente todo cambió, ya no éramos nosotros los observadores, éramos los observados. Aquella alta pared se transfiguró en una tribuna de cabezas sobresalientes, que muy elegantes con sus sombreros de musgo observaban a estos dos intrusos con pasmosa calma. Si señor@s eran los trolles que convertidos en piedra hace millones de años nos miraban fijamente.
Seguimos nuestro camino hacia Vansdalur, otro sector de este parque nacional que sirve para proteger el cause del segundo río más grande de Islandia y el Glaciar que lo nutre. Emprendimos una nueva caminata, más irregular, desafiante, retadora. El frío era más fuerte por el viento inclemente, por el camino se desplegaban piedras milenarias formadas por columnas de basalto en posición horizontal que daban la impresión de haber sido colocadas una sobre la otra con precisión milimétrica. Estuvimos cerca de tres horas saltando entre rocas, subiendo pequeñas colinas, enfrentando al vértigo en miradores infinitos e impregnándonos de este paisaje tan diferente al nuestro. Al final de la caminata llegamos a un lugar llamado " la iglesia" una formación natural más semejante a una catedral. Una oración fue la mejor manera de admirar tal perfección.
Cuando uno cree que nada más puede impresionarlo llega algo que lo deja de nuevo sin palabras y allí estaba Dettifoss, la catarata más caudalosa de Europa, enmarcada por dos arco iris que le daban un poco de color a aquel chorro de agua lechoso y gris. Qué fuerza, qué potencia, qué imponencia. De nuevo esa sensación de pequeñez y admiración. Caminando unos 15 minutos río arriba estaba Selfoss, otro salto de agua, muy bello pero carente de la fuerza de su vecina. Seguro si hubiera estado en otro lugar habría sido más memorable.
Seguimos hacia Mývatn una zona volcánica y geotermal muy activa, allí estvieron por un tiempo los astronautas del Apolo 11 antes de ir a la luna, porque el paisaje es el más similar que hay en la tierra, al de nuestro satélite más cercano. Sin embargo el objetivo allí era sólo uno por el momento, la pisicina geotermal natural. Todas las piscinas en las que hemos estado son calentadas naturalmente, pero son acondicionadas como piscinas normales. Ésta por el contrario está en su estado natural, lo que la hace colorida y muy auténtica. Ya somos unos expertos en el protocolo piscinero, que implica un fuerte aseo antes y después de cada baño. Creo que nunca en la vida había estado tan reluciente jijiji.
El viernes despertamos aún en el norte, en nuestro albergue de turno, una finca de ovejas y vacas escocesas. Compartimos morada con una familia china que durante todo el tiempo se la pasaron cocinando variados platillos. La pregunta es: dónde consiguieron los ingredientes? Si estábamos en el fin del mundo.
El día estaba frío nuevamente, llegamos de nuevo a Mývatn, esta vez con el objetivo de recorrer los hermosos campos activos de lava que hierven hasta a 200 grados. El año pasado en un cráter de estos encontraron el hogar del segundo ser vivo más pequeño que se haya identificado hasta la fecha. El frío aceleró nuestra observación. Pasamos también por el volcán Krafla, es muy interesante porque alli se puede ver de primera mano una planta de energía geotermal, los islandeses son los expertos en esta materia y en Reikiavik queda la Universidad de las Naciones Unidas para la explotación geotermal que acoge estudiantes de todo el mundo becados por el gobierno islandés.
Dejamos el norte ya en la tarde para llegar hasta los fiordos del este. Literalmente nos sentimos en la luna atravezando 250 km por un borde del desierto más grande de Europa ( pareciera que todo lo más grande de Europa queda aquí) en el camino aparecían accidentes geológicos de todo tipo, como cicatrices de una tierra que está aún en proceso de formación. Según los eruditos en este tema Islandia es un bebé de 17 millones de años.
Llegamos como a las 6 de la tarde a una soleada ciudad llamada Egilsstaðir a orillas de un lago glaciar que tiene su respectivo monstruo, visto por última vez en 1987. Allí nos dejamos contagiar por los 10 grados del ambiente y nos fuimos a pisciniar después del largo recorrido. Creo que es la primera vez que me quedo dormido dentro del agua. Además del placer y relajación de estar en el agua caliente en medio de semejante frío, el encanto de las piscinas es el de poder ver de primera mano cómo es la vida cotidiana de los islandeses, cómo se comportan y cómo son más allá de lo que podemos ver con nuestro crisol de turistas.
A las 7 de la noche llegamos a Seydisfiojurður, el más famoso de los pueblos del este. Salimos del plan veraniego y a los 10 minutos estábamos en medio de un glaciar a un grado de temperatura y luego emprendimos el descenso vertiginoso hasta nuestro destino. Nos hospedamos en la versión rural y en miniatura del Palacio de Windsor jijijiji un hotel diminuto, sencillo y lleno de detalles, en un pueblo en la mitad de un fiordo estrecho al que no le da el sol durante el otoño y el invierno. Un fiordo es como una grieta gigante, de paredes muy altas, en uno de sus extremos tiene montañas y en el otro extremo está el mar que entra casi hasta chocar con las montañas del lado opuesto. Ahí en medio de la grieta, al fondo, al lado del mar del norte, pasamos la noche.
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Muero por ver esas fotos que comentas! Un paisaje así tan contrastante y decorado sólo pudo haberlo diseñado Dios en su inspiración divina.
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