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martes, 29 de octubre de 2013

EL ENCANTO DE LO DIFERENTE.

Hangzhou y Suzhou.

Aunque no es bueno generalizar hay dos cosas que si son ciertas: los chinos son cochinos y comen cualquier cosa que se mueva. De lo primero es fácil darse cuenta a penas llegar, si bien las ciudades son muy limpias, tanto hombres como mujeres tienen la facilidad de expulsar cualquier fluido de su cuerpo en cualquier parte y sin el menor asco, parece ser algo súper normal porque nadie se extraña ni se voltea a mirarlos, aun cuando en algunas ocasiones hacen sonidos bastante desagradables. Pregúntenme que cosas hemos visto y con seguridad se sorprenderán… para colmo de males a uno de nuestros compañeros de viaje parece que ya se le esta pegando el hábito tantas veces visto de carraspear la garganta y escupir; sobre el aseo de los baños públicos mejor ni hablar. Que comen lo que sea, totalmente cierto,  hemos visto por ejemplo tortugas adobadas, dumplings de cucaracha, raticas de engorde, culebras al vapor y hasta animales que aún no logramos descifrar engarzados en un palito listos para ser ingeridos.

El martes en la madrugada llegamos a Hangzhou, ciudad célebre porque aquí termina el gran canal que iniciaba en Beijing y que fue usado por mucho tiempo como vía rápida de comercio entre el norte y el sur; y también porque aquí esta el Lago del Este, lugar de descanso de algunos emperadores, de Mao y hoy en día de los jubilados adinerados de China. Visitamos este lago que estaba desbordado por el reciente Tifón que azotó a esta zona del país, sin embargo la belleza de cada rincón, la tranquilidad y el aire puro estaban intactos, el olor de los árboles florecidos y del oxigeno puro contrastaban con el smog de Beijing, agradecidos respiramos profundo con la esperanza de borrar cualquier resto de contaminación de nuestros pulmones.

Luego visitamos una plantación de te verde y recibimos una explicación orientada hacia sus beneficios y sobre la forma óptima de tomarlo. Esta bebida es tan popular que no es raro ver a los chinos con un termito siempre en su mano. La plantación es un lugar muy tranquilo y las personas que trabajan allí han sido las más amables hasta ahora.

Tomamos un bus con rumbo hacia Suzhou, con la advertencia de que sería la ciudad más pequeña que visitaríamos durante este viaje, de inmediato todos nos imaginamos un ciudad minúscula más parecida a lo que estamos acostumbrados en Centroamérica. Dos horas después llegábamos a una gran ciudad, de esta manera China nos volvía a dejar sin palabras, la cantidad de construcciones y la infraestructura en general son asombrosas. En esta pequeña ciudad que posee sólo una línea de metro se avanza de manera simultanea en la construcción de tres líneas más.

La mitad de las grúas de construcción del mundo se encuentran en China, se ven por doquier. De esta mitad de grúas la mitad se encuentra en la zona sur, que es la estamos recorriendo en este momento. El desarrollo y avance de este país no tienen límites, sin duda muy pronto serán la primera gran potencia mundial. Creo que desde la inauguración de los Juegos Olímpicos en el 2008 empezaron a mandar este mensaje al resto de la humanidad.

Suzhou era el lugar de jubilación de la corte de los emperadores, sus residencias privadas son espectaculares y encierran miles de años de historia, sin embargo cuando Marco Polo la conoció en alguno de sus viajes la nombró la Venecia de Oriente ya que esta atravesada por cientos de canales que le dan un carácter único a la ciudad. Tomamos un bote que nos llevó por los estrechos canales, podría decir que esta ha sido la parte más impresionante de este viaje. Las condiciones de las viviendas que están a los lados de los canales son muy precarias, pero sus habitantes no quieren moverse del lugar a pesar de la carencia de baños y agua potable. Pudimos ver gente bañándose con el agua del canal y hasta lavando platos y ropa en este cauce muy contaminado. Bajamos a un mercado situado en la mitad de este barrio y les puedo asegurar que fue una experiencia extrema, no vomitar fue el reto… Aquí esta la respuesta a porqué en China se incuban tantas epidemias de gripas extrañas. Es la insalubridad en su máxima expresión, si a eso agregamos la variedad de animales en venta, el pantano de la calle y la mezcla de olores el panorama es desolador, a los 50 metros atravesamos, de nuevo en el bote, un pequeño puente de piedra y al otro lado estaba la magia del turismo, un canal rehabilitado lleno de lámparas rojas y con pequeños cafés, hoteles y tienditas, hasta el aire se sentía menos pesado y no puedo negar que sentimos algo de alivio al dejar atrás ese panorama deprimente. Si alguien quisiera hacerse millonario debería poner un puestico de venta de antibacterial para los turistas a la salida del mercadito… yo hubiera pagado lo que fuera.

Esta es China, un país de contrastes, vivir todo esto hace que viajar sea mágico y adictivo. Todos debemos darnos la oportunidad de experimentar estas sensaciones extremas que nos enriquecen el alma.

Llegamos a nuestro hotel aún procesando tanta información. La cena fue un respiro occidental a la dieta China, que por más rica que sea, como todo,  en exceso cansa.

Nos levantamos temprano e iniciamos un recorrido por los jardines de Suzhou, llenos de encanto por sus cuidados decorados y enorme historia. Paramos en un templo Budista, ya varias veces visto en Xian y Beijing. Pasamos por un museo de bordados donde varias mujeres dedican años enteros de su vida a bordar diferentes imágenes en con hilos de seda, una definición para este arte: perfección. El costo? Altísimo, el cuadrito más barato costaba unos 10.000 dólares; la Mona Lisa Bordada alcanzaba los 98.000 dólares. Seguimos hacia la fábrica de seda, dice la historia que el secreto para usar la seda fue guardado por China como un tesoro por muchos años, el proceso es muy lindo, sin embargo no nos gustaron los productos finales, un poco pasados de moda, parecía una tienda de los años 80. Lo que mas nos llamó la atención es que de un pequeño capullo del gusano de seda salen 1200 metros de hilo.

Regresamos de nuevo a nuestra dieta china y luego tomamos el bus para recorrer los 80 kilómetros que nos separaban de la ciudad del futuro Shanghai.


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